CINCO SESIONES
Siempre lunes de 19:15 h. a 21:00 h.
ESPACIO RONDA
(Ronda de Segovia, 50, Arganzuela, 28005 Madrid)
5 Y 19 de mayo; 2, 16 y 30 de junio
PRECIO: 150 euros
“¡Triste condición la del que nace con amor a su patria
y ve con dolor que todos sus esfuerzos por mejorarla son inútiles!”
G.M. de Jovellanos
Cartas. 1797
El retrato que Goya pintó del ministro ilustrado es explícito. Ahí está Jovellanos, sentado en la penumbra, con la luz cayendo sobre su frente. Su cuerpo parece inclinarse bajo el peso de un país que no despierta, de una idea que se resiste a nacer…
Porque hubo un tiempo en que Europa despertaba. Los hombres empezaban a mirar el mundo con ojos nuevos, guiados por la razón, la ciencia y el ansia de saber. Era el siglo XVIII, y la Ilustración tejía su red de ideas en salones, academias y libros. Sin embargo, en la vieja España, esas luces llegaron tardías y sin duda titubeantes.
Los ecos ilustrados resonaron en los pasillos del poder, bajo el amparo de monarcas reformistas como Carlos III. Se escribieron tratados, se soñaron reformas. Figuras como Feijoo, Jovellanos o Campomanes hablan por sí solas. También ciencia, religión y arte fueron ilustrados: Jorge Juan, Junípero Serra, Juan de Villanueva… La Ilustración española logró encender algunas luces que, aunque débiles, dejaron huella: se fundaron academias, jardines botánicos y sociedades económicas que soñaron con una nación instruida y próspera; se reformaron escuelas y universidades en un intento por sembrar la razón donde antes reinaba la superstición; se impulsaron proyectos de modernización económica, caminos, comercio, reformas agrarias…
Pero el terreno era árido, y los vientos contrarios. El pensamiento ilustrado se topó con muros altos y bien custodiados. La Iglesia, dueña de conciencias y de temores, vigilaba con celo las nuevas ideas. La Inquisición, aún viva, apagaba con firmeza toda chispa que oliera a disidencia. El pueblo, hundido en la miseria y el analfabetismo, no pudo ser partícipe de un movimiento que hablaba de razón en una lengua que muchos no entendían.
Fue la nuestra una Ilustración sin pueblo, sin raíces profundas. Un lujo de élites que discutían en gabinetes mientras fuera persistía el lodo de la ignorancia. Y cuando parecía que algo podía germinar, el siglo XIX irrumpió con estruendo: guerras, invasiones, crisis y traiciones. Todo lo construido tembló y se vino abajo. Las promesas de la razón fueron barridas por la violencia de la historia.
Ahora se comprende mejor: los ojos de Jovellanos no miran al espectador, sino a un horizonte que solo él ve, quizás una España que pudo ser, una patria noble, justa, despierta… un amanecer que apenas rozó el horizonte. Un anhelo ilustrado condenado a la melancolía.
150.00 €